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LA DIGNIDAD DE UNA PUTA

  • Antonio
  • hace 5 días
  • 5 Min. de lectura
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La mujer puta tienen un abultado compendio de sinónimos (buscona, zorra, zorrón, barragana, pelandrusca, cortesana, meretriz, fulana, hetaira etc.) que se han ido añadiendo a lo largo de la historia de nuestro idioma al que llaman castellano que no es tal, sino español de hispania que comprende, también, a Andalucía y no es ancha Castilla.

Su figura, de forma retórica, es utilizada contra cualquier mujer que osa disputar la hegemonía masculina, que quiere manifestarse libre y disponer de su cuerpo como le venga en gana y con quien le venga en gana sin tener que dar explicaciones. A una mujer se la ve con varias parejas y ya es puta, a un tío se le ve con varias mujeres y ellas son las putas pero él cumple con su rol de macho. Nadie piensa que es un puto venido a menos y que cuando acudes a un diccionario de sinónimos, éstos se asocian con la homosexualidad. O sea que un puto es un invertido, homosexual o marica, pero no aparece la palabra gigoló como neologismo incluido en el español por ejemplo. Hasta para esto hay clases dentro de la prostitución. Una suerte de desprecio hacia la mujer prostituta a la que, a la par, muchos empresarios, señores de profesiones liberales, políticos, ejecutivos, militares y puede (según la tradición) que algún togado que otro. Los prostíbulos de lujo estaban protegidos bajo la sombra del franquismo que, a su vez, platicaba sobre la moral católica. Los burdeles de andar por casa, para la clase obrera, esos ya podían estar bajo sospecha de actividades inmorales. Se perseguían a las putas pero no a los proxenetas o chulos ni tampoco a los clientes que, en definitiva, son los que se dejan la pasta, los que mueven el negocio. No deja de ser curiosa la situación que trazamos cuando hablamos de las putas, prostitutas o mujeres de la vida donde de un lado de la frontera está la decencia del cliente y del otro la pérfida abyección de la mujer buscona de la que nadie sabe su pasado pero sí cree saber de su ahora, su presente, simplemente porque le pagan para que, incluso, le hable a los señoros frustrados con su propia vida, incluida su diminuta sexualidad. La relación de prostituta-cliente está muy novelada y, también, puesta en escenas de cine. Una de las delicias cinematográficas fue Irma la dulce, interpretada por Shirley Mclaine y Jack Lemmon como el oponente masculino en la trama, y otra más en tono romanticón fue Pretty Woman bastante conocida, igualmente, por su banda sonora. La figura de la prostituta, incluso, ha sido utilizada para que sirva de espía en la red de resistencia durante la II Guerra Mundial, y los prostíbulos, por tanto, lugares de contubernio político secreto. Pero la figura de la puta, de la prostituta para la gente más finolis, no surgió de la nada, ni siquiera del capitalismo más reciente, ni tampoco en la Edad Media, o en Roma, en el esplendor de su imperio. Trasciende la comprensión del significado en el tiempo. Se dice que es la “profesión” más antigua del mundo, como si realmente la prostitución fuera una profesión de las mujeres y no de las redes de proxenetas, de las mafias organizadas que trafican con seres humanos y en este caso de trata que se llama, sin distinción en la edad de las mujeres ya que se les comienza a forzar, en muchos de los casos, antes que obtengan la mayoría de edad. Hay distintos niveles de prostitución y, por tanto, de putas. Las callejeras o poligoneras, las de los “puti clubs” con habitaciones, las escort o de lujo etc. O sea que si buscamos en la red podremos encontrar, al menos, unas ocho modalidades de prostitución de las que, al parecer, solamente dos podrían considerarse autosuficientes. La escort o señorita de compañía de ejecutivos y la freelance sin una madame al cargo, a su aire. El resto podría estar relacionado con la explotación sexual a través de la red de tratas que las estafan en origen, bajo promesas de empleo, y al llegar al destino son secuestradas, coaccionadas, chantajeadas, violadas sistemáticamente. Su objetivo no era ejercer de puta pero fue obligada y solamente un acto de valentía, jugándose la vida, les puede hacer saltar esas cadenas y asomarse a la reinserción en una sociedad que las margina hipócritamente. En cada caso puede haber un drama personal, incluso en las escort que, por cierto, proliferaron en la crisis del 2008. La dignidad de cada una de ellas está en la salida que le va dando a su vida hasta conseguir sentirse humanas, seres amados, porque fue -quizá- el odio de alguien o de una comunidad lo que empujó a alguien a salir de su país, a buscarse la vida trabajando en lo que pudiera si la contrataban y asunto complicado al no disponer inicialmente de documentación legal, un alguien a quien le mataron un hijo otro alguien de un cartel de la droga en latinoamérica y ese dolor de haberte arrancado lo que más quería, el hijo que habías parido, te lleva a ocupar tu tiempo disponible cuando no tienes trabajo en ofrecer tu cuerpo vete tú a saber a quién, incluso ofreciendo papelinas de cocaína a clientes para que pueda aguantar un asalto y más tiempo más negocio. Esta mujer luchadora, no profesional de las mamadas, también es capaz de eslomarse trabajando muchas horas por igual en una explotación agrícola que en un bar. No es la que para costearse caprichos se acuesta con un desconocido de alto copete porque sus caprichos son caros, desde un vehículo automático a un reloj de oro o una casa con piscina, o viajar por el mundo a gastos pagados. Es la que no tiene capricho alguno pero solo tiene la dignidad para salir de ahí lo antes posible, para volver a enamorarse porque perdió el rastro de los buenos sentimientos. Es la del rostro humano de un trasiego vital prostituido que se diferencia, en mucho, de esas otras mujeres que se acuestan con sus jefes libremente para hacer acopio de poder escalando, o con su profesor para que le apruebe la materia. Es la de los favores sexuales donde convergen los intereses corruptos de ella y de él, aunque a él no se le mire igual que a ella. Probablemente en la comidilla laboral ella sea una furcia, una zorra y él pues alguien que aprovecha la oportunidad. Casi con toda seguridad en ambos casos -que convergen en una cama o vehículo- la dignidad sea la misma, nula. Solo es el amor el que puede salvar una situación vital compleja, llena de aristas, y ese comienza a asomar en el momento que emerge la conciencia de liberación de lo que ata. Porque, en realidad, en una puta puede haber mucha más dignidad que en una reina, una empresaria, una jueza, o una simple ama de casa que aguanta follar con alguien a quien no quiere a cambio de un salario mensual. ¿O acaso no es prostitución en un sentido amplio vender uno su alma al diablo a cambio de prestigio, reconocimiento, posición social o favores devenidos de intereses bastardos como sucede con determinados perfiles políticos, empresariales o jurídicos? Es cuestión de mirarnos al espejo y si éste hablara, como en el cuento, no cabríamos en el traje por la sorpresa que podríamos llevarnos. Quizá, por eso mismo, coreábamos en las manifestaciones estudiantiles ¡las putas al poder que los hijos ya lo están!, porque, a día de hoy, ser un hijo de puta es tan insulto como llamarle furcia a una mujer libre que se opone al patriarcado con la diferencia que el primero no tiene alma y la segunda sí. Juzgar a la hipocresía es una obligación ética, condenar la libertad es un acto de cobardía y miedo.

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