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MI TRANSICION (1)

  • Antonio
  • hace 2 días
  • 5 Min. de lectura
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Nací en una familia humilde donde hablar de política no supe lo que era hasta que acogimos a un tío abuelo, republicano para más señas, represaliado por el franquismo porque fue leal a la República y no me explico cómo no fue al paredón. Eso sí, era guardia de asalto que luego no fue homologado, huyó en la Desbandá hacia Valencia por Almería y tampoco me explico cómo sobrevivió al bombardeo genocida tanto de aviones como de barcos fascistas. Ese tío abuelo, Eduardo, decía que el cabrón de Franco se tenía que morir antes que él. Y así fue, pero pagó el precio de la celebración y de los años de amargura por haber experimentado la pérdida de su presente y futuro. Mi madre era la típica persona con el miedo en el cuerpo y mi padre silencioso, quizá a la espera de mejores tiempos como así fue porque al primer envite fue miembro del comité de huelga del personal laboral de Obras Públicas, una de las primeras que se convocaron en la administración pública allá entre los años 1977-1978. Previamente mi conciencia se iba transformando desde la ignorancia más supina hasta la lucidez y alcance de visión que ni yo me explico aún. La muerte de Franco no me afectó desde una perspectiva política puesto que no tenía vínculos con las organizaciones clandestinas del momento porque, aunque con una edad para pertenecer como otra gente igual que yo, mis circunstancias llevaban otros derroteros. Tanto es así que fue mi contacto con el mundo de la religión lo que, paradójicamente, lo que fue propiciando que el velo fuera cayendo. Había gente, frailes sacerdotes para más señas, que me pasaban lectura clandestina sobre la dictadura Argentina, sobre tipos de organizaciones políticas y sus ideas, sobre lo que no se contaba de la política española del momento porque se movían cosas, ciertamente, cuando un año antes el cabrón de Carrero Blanco voló directo sin billete de avión. Veía que, en ocasiones, el barrio amanecía cubierto de octavillas, que la gente se jugaba el tipo haciendo pintadas o dando lo que se llamaba el “salto” con esa propaganda clandestina de un lugar a otro. Pero todo me era ajeno, lejano, porque nací en la ignorancia y el miedo de un tiempo oscuro, triste, de luto, de blanco y negro. Pero si mi conciencia tenía que dar un salto cualitativo el Universo se encargó que fuera por la vía por donde solía moverme por aquel entonces, de ahí mi conocimiento de la iglesia y sus estructuras que luego he ido analizando con más detalle. Y entonces llegó el año 1977 en el que, tras un accidentado proceso de matriculación y al filo del tiempo límite, me matriculé por primera vez en la incipiente Universidad de Málaga sin un campus definido sino disperso. Si la matriculación fue accidentada el inicio de curso fue totalmente convulso. En vista del bloqueo burocrático existente por exceso de matrículas respecto al espacio disponible (más de 1000 para el primer curso nada más), mis primeros pasos fueron huelga de estudiantes, movilizaciones para que habilitaran espacios que fueran dignos, pintadas, carteles etc. Me metí de lleno, y sin darme cuenta, en el movimiento estudiantil donde, además, íbamos de la mano del profesorado más precario y de las otras escuelas universitarias y facultades. Por entonces en Málaga las escuelas universitarias eran Magisterio y Perito Industrial (le llamábamos Peritos), las Facultades eran las de Económicas, Filosofía y Letras Ciencias y Medicina. Si querías estudiar otra cosa tenías que irte a Granada o Sevilla, principalmente la primera porque era el polo universitario de la Andalucía oriental de entonces. Así, pues, nuestro movimiento estudiantil se encontraba, además, con un factor en contra y era la dispersión de centros puesto que las ubicaciones estaban con alguna distancia, siendo las del Ejido (Magisterio, Peritos y Económicas) las que llevaban la voz cantante, las que iniciaban cualquier movida y luego se expandía por el resto de la ciudad donde, incluso, íbamos a visitar a gente del mundo del trabajo porque si algo teníamos claro era que el movimiento obrero y estudiantil debían ir de la mano. Nuestros padres, tíos o primos currantes las pasaban canutas con salarios de miseria, con condiciones de vida indignas y cualquier huelga debía ser apoyada. Recuerdo que en nuestras huelgas hacíamos, también, caja de resistencia para poder comprar pintura, papel, tela, palos, pagar imprenta o ir de viaje a Madrid para las coordinadoras estatales de estudiantes de Magisterio. El salto dado a nivel personal hizo que, al igual que otra gente, tuviera que multiplicar mis habilidades en el estudio, mis horas de dedicación a las movilizaciones que no paraban porque, entre otras cuestiones, también salíamos a la calle para parar al fascismo que por la época te amenazaba o te mataba. La Transición “modélica” dejó unos 100 o más muertes en el camino de la mano de la policía y los escuadrones fascistas, a nivel estatal. Mi transición, por tanto, pasó de cero a cien en cuestión de segundos como un potente coche con motor turbo. Y ahí, en 1977, se fue moldeando social, política, culturalmente quien soy hoy. Pero sigamos porque esto acaba de comenzar.

Después de la accidentada matriculación y del inicio del primer curso, donde logramos que se habilitara la biblioteca provincial o “casa de la cultura” como aulario, comenzó otro periplo en lo personal y colectivo que, en mi caso, lo uno y lo otro van de la mano. Yo me debía a lo colectivo y en lo personal atender mis estudios. No era el mismo y en la familia se dieron cuenta porque apenas aparecía en casa, algo que provocaba malestar, temor, miedo, control heredado de épocas pasadas contra el que me rebelaba totalmente. Mi transición fue pasar de una noche oscura a un día soleado de verano. Al mes siguiente, diciembre, ocurrió algo que marcaría durante años mi devenir y el de mucha gente. El día cuatro de diciembre de 1977 Andalucía salió a la calle para manifestarse en favor de una autonomía plena, de dar vida a una conciencia colectiva de identidad de un pueblo marginado por las instituciones, empobrecido, de una gran riqueza cultural pero estereotipado. La Andalucía del señorito terrateniente no debía tener cabida en la nueva etapa y así lo entendíamos mucha gente, así lo entendí y entiendo hoy. No se transitó hacia una reforma agraria integral y de aquellos polvos estos lodos. La Andalucía del folklore no era la que salía a la calle sino de la libertad, la igualdad y la fraternidad, mayoritariamente una Andalucía republicana también con sus bastardos traidores. Aquel día la gente íbamos de fiesta, los autobuses iban llenos, la gente de los pueblos venían en autocares o en sus vetustos coches también completos. Málaga fue el epicentro de una Andalucía que gritaba pan, trabajo y libertad, que la tierra era para quien la trabajaba, donde acudieron unas 200 mil personas a la fiesta de pedir lo que se sentía que era de justicia. Pero el enemigo, vestido de gris, estaba acechando para dar el golpe y entonces lo que era una fiesta colectiva de un pueblo se tornó en rabia, indignación, impotencia, ansias de venganza y pegarle fuego al cuartel de la Policía Nacional, la de los grises. Dos disparos de un policía asesino acabaron con la vida de Manuel García Caparrós, un chaval de 19 años trabajador de la hostelería y miembro de CCOO y ya nada fue igual, al menos para mí. Pero esta historia la seguiré contando en otro artículo junto a otras historias, porque mi transición estaba comenzando

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