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TIEMPO DE CONTUNDENCIA

  • Antonio
  • 7 nov
  • 5 Min. de lectura
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Hay un tsunami reaccionario que recorre el mundo, de este a oeste y de norte a sur, de EEUU a Rusia y de Finlandia a Marruecos mirando, cómo no al Estado terrorista de Israel. Cuando uno deja que crezca la cizaña en el trigal al final la primera se come al segundo, lo parasita y la cosecha se torna inservible. Esto es, exactamente, lo que ha venido ocurriendo en los últimos años donde, además, han ido gobernando opciones llamadas “progresistas”. O sea opciones de cambiar algo para que todo siga igual ya que, en realidad, esa es la socialdemocracia. Ni frío ni caliente, palo y zanahoria a la clase obrera, miel sobre hojuelas para los especuladores, lameculos del imperio yanki y besamanos del sionismo israelí. Cuando la llamada opción progresista ha optado por barnizar el sistema, asumir postulados imperialistas como el rearme ante la amenaza rusa y transferir dinero público hacia la industria de la guerra besándole el culo a Trump, cuando no has querido poner freno a la especulación inmobiliaria generando, de esta forma, una nueva burbuja de precios inflados y de salarios cortos ya que no pueden abordar ni siquiera el alquiler de una habitación, la factura de la luz, los gastos de alimentación, cuando se ha estado abriendo la puerta a la privatización de servicios públicos como la sanidad o, incluso, abriendo puertas a potenciar educación privada en lugar de la pública, cuando no se le ha movido un privilegio a la iglesia católica y, al contrario, se le ha querido homologar a las demás confesiones, cuando las libertades fundamentales se ven amenazadas por una ley filofascista de seguridad nacional llamada en España ley mordaza y no se ha querido derogar o, si acaso, dado un retoque de maquillaje, cuando ante la ola de acoso fascista hacia determinados perfiles ciudadanos con proyección pública, siempre de izquierdas, no se ha actuado con determinación y sí con tibieza en el mejor de los casos, los mínimos, y dejando que se sientan impunes campando a sus anchas con una policía parasitada por el pensamiento fascista, cuando han crecido las empresas de escuadristas nazis o perros del capital mobiliario para expulsar a la gente vulnerable de sus casas, cuando se ha permitido que determinados programas de televisión privada hagan apología del bulo, de un lado, y del fascismo de otro y no se les ha anulado la licencia de emisión que es pública, cuando no se ha proyectado una ley de medios que impida una publicidad institucional que transfiere ingente cantidad de dinero público hacia medios sin ética profesional alguna y se permite, en cualquier caso, la difamación, la injuria, la calumnia o la simple falsedad como periodismo, cuando no se ha querido cortar de raíz cualquier tipo de relación comercial, diplomática, cultural o del tipo que sea con el Estado genocida de Israel y sí permitiendo el tráfico de material y armamento hacia puertos israelíes, cuando se le ha estado comprando armamento de forma constante además de otros dispositivos tecnológicos, cuando se ha traicionado al Sáhara dejando tirada a la población ante el despotismo colonial de Marruecos, cuando ante las cacerías humanas de grupos fascistas comandados por los mierdas de Vox no se ha intervenido con contundencia y, además, dando una respuesta social amplia de legalización de medio millón de personas que, a día de hoy, están fuera del marco legal en España, cuando se penaliza ser antifascista y se premia ser fascista violento encarcelando al primero y dejando que el segundo siga con sus incursiones, cuando -en definitiva- se le compra el discurso a la derecha más reaccionaria desde posiciones progresistas en materia de inmigración y se recula en otros postulados sociales, entonces de qué nos extrañamos que exista un tsunami reaccionario, de qué nos extrañamos que estén alcanzando cuotas de poder e intervención pública como hacía tiempo no se veía, de qué nos extrañamos cuando aparecen individuas mal nacidas como Ayuso bajo la sombra de un criminal no juzgado llamado Aznar, o tipos que no han dado un palo al agua en su vida como Abascal dispuestos a eliminar cualquier tipo de ayuda a la gente más vulnerable pero que viven de lujo de sus paguitas de la política porque no se les ha cortado el paso ilegalizando las opciones políticas que abiertamente reivindican el pasado franquista o sus alianzas filonazis. De qué nos extrañamos que haya surgido un tipo como Trump, un fascista de manual, cuando ha habido un gobierno del Partido Demócrata abiertamente prosionista y belicista apostando por la guerra en Ucrania contra Rusia, o que hayan surgido figuras como Le Pen en Francia o Meloni en Italia cuando no ha habido una izquierda transformadora que les haya parado los pies en seco, que haya servido de muro de contención ante el avance de la ola fascista. En Francia ese dique se llama La Francia Insumisa denostada, eso sí, por poderes mediáticos que prefieren a Macron o, incluso, a Le Pen normalizando, con esto, la institucionalización del fascismo -nuevamente- en nuestras vidas. Entonces estaremos de acuerdo que eso que se llama progresismo no es más que ser gerente de las crisis del capital, guardianes del orden liberal donde algo cambia para que todo siga igual, posibilistas del mal menor o de aquello que si no estáis conmigo viene la derecha. Y entonces caemos en la trampa, en el bucle, de ese mal menor y entramos en lo que durante décadas fue la lógica bipartidista de la que, a día de hoy, aún hay muchas víctimas de esos postulados encapsuladas, además, en la desafección que produce una determinada forma de hacer política basada en el postureo pero que no llega al fondo de la cuestión, postureo que lleva al selfi político y no ataca el problema desde la base. Hay múltiples ejemplos, sobre los que me iré ocupando más adelante, donde desmontarle a la progresía sus postulados de tibieza para poder rearmar ideológicamente a una sociedad constreñida en el algoritmo de las redes sociales o en los filtros de los medios convencionales, lo cual significa que es tiempo de contundencia, de radicalidad en su sentido profundo, de ir a la raíz del problema. Es tiempo de demostrarnos que seguimos siendo capaces, como ciudadanía, de levantar un dique antifascista desde la solidaridad, desde el amor a la vida, desde la claridad de ideas y la coherencia con ellas, de vivir como pensamos porque, de lo contrario, terminamos pensando como vivimos y es esto lo que sucede cuando no se ataja con determinación los males sociales. Actuar, en consecuencia, desde la mayoría que somos contra esa minoría tóxica de ricos y sus (fascistas) perros sabuesos, saboteando el sistema y no dándole alas porque, léanme bien, la extrema derecha no es antisistema es sistémica total necesaria para la supervivencia del mismo.

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