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OPERACION SALVAR AL ELEFANTE BLANCO

  • Antonio
  • hace 4 días
  • 5 Min. de lectura
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El elefante blanco, junto al unicornio, es un mito. Todo el mundo habla de él pero no se le ve. El contexto al que voy a referirme en las siguientes líneas se refiere a la Monarquía española y al régimen del 78 de forma general, pero en particular a un personaje (siniestro) que dominó la escena durante otros 40 años (vaya con el número) con nombre real Juan Carlos I, de la casa de los Borbones, originarios de Francia y que no pudieron hacer mucha carrera allí porque amenazaría la guillotina más tarde. La carrera que hemos visto aquí desde luego es para enmarcar y no creo, precisamente, que sea para tomarla como referencia ética o moral. Tengo la esperanza que algún día vuelva la República a España como país de países pero, eso sí, no una República cualquiera sino una que ponga las cosas en su sitio de una puñetera vez y para siempre. Es bueno saber, en estos momentos, quiénes podrían ser las compañías con las que podría contarse porque así, al menos, vamos despejando ciertas dudas. Y está claro que en esa compañía no estaría el actual PSOE porque es, paradójicamente, uno de los principales puntales del régimen borbónico actual y de una forma concreta de hacer política que no casa con los intereses populares precisamente. Si alguien no ve esto todavía debiera ir pidiendo cita a oftalmología que están tardando.

Primeramente el dictador designó como sucesor a un tipo que balbuceaba el español no sé si por pereza de aprenderlo, cosa real, o porque no da más de sí para este asunto de la lengua pero sí para otros como se han ido desvelando entre faldas y comisiones millonarias obtenidas de aquella manera. O sea, España es mía y hago lo que mis santos cojones manden y, por tanto, hago negocio con lo más granado de la sociedad internacional. Acto seguido muerto el perro no murió la rabia exactamente sino que se dejó en estado latente y se disfrazó de transición que vino a ser algo así como un ejercicio de trilerismo político donde mantengo los cubiletes aunque cambie la bola que debes adivinar, para lo cual necesitaba la monarquía fieles escuderos. Entonces comenzaron a salir “demócratas” debajo de las piedras entre los políticos del viejo régimen dictatorial que cambiaron los trajes rápidamente junto a los jueces del antiguo TOP (tribunal de orden público) que pasaron a ser la Audiencia Nacional, militares excepto los de la UMD (Unión Militar Democrática) que sí lo eran y se la jugaron, pero había que habilitar también a gente y sus organizaciones para integrarlos como fue el caso del PSOE de Felipe González que, previamente, dio su golpe de mano en Suresnes y el sacrificado PCE de Carrillo en este caso como la más polémica para el entorno franquista pero, también, para parte de su gente que no comulgaba con renunciar a la República que era lo que se ponía sobre la mesa. En ambos casos, y otros más que conformaron los llamados padres de la Constitución, se cernían grandes sombras que podrían ir desencadenando en un futuro sus tormentas. Felipe González era el hombre de la Trilateral en España, el de los intereses de las élites globales. Carrillo, con o sin peluca, fue un traidor a su gente, su historia de resistencia y la memoria de quienes cayeron defendiendo a la República y luego presos en campos de concentración en Francia. Está la duda de si, realmente, fue o no un colaborador de servicios de inteligencia como la CIA en la última fase del franquismo y durante el período previo a su entrada en España con la famosa peluca. A mí, a mis 20 años en 1977, no me despertaba confianza alguna razón por la que, además, yo por entonces militaba en la Autonomía Obrera durante mi estancia en la Universidad. La transición la viví entre amenazas de escuadristas fascistas armados con pipa, cadenas y porras pero, también, entre respuestas a esos escuadristas y a la policía si se terciaba. El ambiente republicano era abrumadoramente mayoritario entre la juventud universitaria de la época y el movimiento obrero más concienciado, lo cual era algo que la monarquía tenía en cuenta de cara a su proceso de reacomodo en el nuevo período y, sobre todo, de cara a la promulgación de una Carta Magna o Constitución que se iba fraguando entre bambalinas, la cual tenía sobre la mesa un trayecto que recorrer hasta ser aprobada no sin antes, eso sí, poner de acuerdo a todo el personal acerca de determinados elementos fundamentales en la estructura y forma del Estado que habían de blindarse. Poner de acuerdo a republicanos y monárquicos para blindar a la monarquía que fue el resultado final. El nuevo Jefe de Estado veía que alcanzaba el sueño de sentarse tranquilo sin que se le saltaran las hemorroides cuando esa pieza clave sería trasladada a la Carta Magna que, ciertamente, habría de ser aprobada por el pueblo previa intensa y continuada campaña mediática y política para que ello fuera posible. La Constitución había que aprobarla, era el momento de pasar página, de abrir una nueva ventana de oportunidad al futuro etc. Entretanto también se promulgaba una Ley de Amnistía o de punto final para que, de forma vergonzosa, no haya podido ser juzgado y encerrado ningún criminal franquista siendo, incluso, hasta premiado como el ínclito policía Billy el Niño. A día de hoy ahí está Martin Villa, campante él sin haber pasado siquiera por un juicio. Se enterró la verdad pero no se desenterraron los miles de cadáveres abandonados en cunetas durante y después de la guerra. Y así llegó la modélica transición también con más de 100 muertes en su cuenta a manos de los grupos de extrema derecha y de una fascistoide policía (incluida Guardia Civil) cuyas víctimas no han sido reconocidas como tales para ser reparadas. En realidad habría que preguntarse qué fue eso que se llama transición democrática si no una operación de mudanza y no de derribo del antiguo régimen. Se cambiaron las fotos del Jefe de Estado y Primo de Rivera por los del nuevo Jefe de Estado, heredero del primero, pero se mantuvieron los crucifijos. Se mantuvieron los privilegios de las élites franquistas que seguían siendo las mismas ahora con dentífrico democrático para que su sonrisa brillara algo más y un largo etcétera, llegando finalmente la aprobación el 6 de diciembre de 1978 de lo que ahora tenemos como Constitución que no es más que un simple papel sin valor alguno por lo demostrado. No se convocó expresamente referéndum alguno para preguntarle al pueblo si quería Monarquía o República, simplemente -según confesó Adolfo Suárez a Victoria Prego- se metió con calzador aquello de España ya se pronunció con la Constitución porque, de preguntarse, las encuestas daban un sí muy mayoritario a la República. A día de hoy podríamos estar con una mayoría algo exígua pero mayoría al fin y al cabo. Y luego, durante el reinado de Juan Carlos I, ya sabemos algo (no todo) de lo que fue aconteciendo con sus tejemanejes de negocios opacos, de líos de faldas, algo que los satélites de la villa y corte no han estado dispuestos a que se supiera, ocultando los asuntos durante años y años hasta que estalla la burbuja. Hay una renuncia para dar paso a savia nueva. Y nuevamente se pone en marcha la operación salvar a la monarquía a través del hijo, del preparao al que le regalaban los aprobados en sus centros educativos. Pero como la cosa no está clara hay que insistir y, mientras tanto, el campechano y corrupto Juan Carlos publica sus memorias, por supuesto incompletas, donde no va a decir todo lo que aconteció el 23-F ya que, aunque él sepa de elefantes muertos, necesita que el elefante blanco siga existiendo en el imaginario colectivo para preservar a la institución. De salvarlo como especie a proteger incluso ya se encargarán los medios, incluida TVE y sus 50 años del gran cambio...

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